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Hijos de la ultraderecha (Ulaa Salim, 2019)

Corto, medio, largo, serie, miniserie (no importa el formato)... en televisión, cine, internet, radio (no importa el medio).
Dedicado con cariño a mi Zakaria, Josemi,
expulsado de su grupo de referencia,
y fuente de estima,
por aspirantes a la chiquiburguesía
y normativizantes conductuales
__


Hijos de la ultraderecha
Danmarks sønner
Ulaa Salim (Dinamarca, 2019) [120 min]


IMDb
(wikipedia | filmaffinity)


Sinopsis:

    [propia] Copenhague (Dinamarca), 2024. Un atentado salafista en el metro se lleva por delante la vida de veintitrés personas. Esto da argumentos a una nueva formación alt-right, el Movimiento Nacional, que, un año más tarde, con su discurso de orden y expulsión de migrantes, bordea la victoria electoral. También da argumentos a Hijos de Dinamarca, una organización fascista de viejo cuño y acción directa violenta, que está sembrando el terror entre los inmigrantes. Zakaria, 19 años, iraquí, refugiado, desempleado, no aguanta más y se pone en contacto con una organización salafista dispuesta a devolver los golpes.

Comentario personal:

    Describe muy bien la fascistización tal y como se está dando, sin tirar de clichés de los años 30 del XX. Eso hace de esta aproximación al problema un producto fresco y mucho más serio por probable que distopías como "El cuento de la criada". Mi memoria la ha emparentado con pelis de temática IRA ("Agenda oculta", "Hunger") por comprender la genealogía de la violencia, el trasfondo carcelario, la evolución de los personajes con caída de vendas incluida y el esqueleto del Estado.

    En la primera mitad de la película, vivimos ese proceso a través de los ojos del rol refugiado/inmigrante. No estamos acostumbrados, la aproximación en la ficción a la fascistización y casi a cualquier cosa se suele hacer a través de un personaje con el que los euro-estadounidenses podamos identificarnos (v. "Desaparecido"), mientras que al villano árabe se le fulmina con cuatro trazos (v. "Reel bads arabs"). Pero Zakaria no es ningún descerebrado. Canta, bebe, se emociona, es moderno, amigo de sus amigos, no es distinto a cualquier chico blanco danés de su misma clase social. Es cariñoso, hospitalario y responsable. Se politiza por amor; a su madre, su padre, su hermano; y por la compasión por los que son como él y han llegado a Dinamarca para ocupar el penúltimo peldaño social. Demuestra una conciencia de clase descomunal («no valemos nada y un día van a destrozar lo que no valga nada»). No confunde la política con la religión («esto no tiene que ver con Alá, sino con un millón de iraquíes asesinados [...] no me hables de Alá, mira cómo está el mundo»). No odia a los daneses blancos, sino a los belicistas y supremacistas (destroza un local nazi). Está puesto todo en bandeja para hacer ver que el Zakaria salafista no existiría sin las guerras imperiales que le expulsaron de Iraq y el rechazo de la sociedad danesa que no se hace cargo de los costes de su colonialismo.

    También es producto del abandono del socialismo europeo. En su región de origen, el salafismo/wahabismo ha barrido las organizaciones socialistas y nacionalistas laicas; en los países europeos, las ha barrido "el diálogo social" y la incapacidad de adecuarse a las mutaciones sociales. Zakaria lee las raíces del problema mejor que la media porque las ha conectado a través de su experiencia en dos mundos (Iraq vs. Dinamarca). Las diferencias con el niñato Breivik, que se ha montado una fantasía de elfos y orcos entre las cuatro paredes de su habitación, saltan a la vista. Pero como no tenemos ni un triste sindicato que ofrecerle para canalizar su desesperación, Zakaria es absorbido por el fascismo panárabe. Un sindicato del que no avergonzarse sería:
  1. no elitista, esto es, no sostenido por la aristocracia militante (funcionarios, parejas/familias militantes, estudiantes y estatus similares), lo que puede corregirse recuperando la idea de liberación, no como salario directo, sino como exoneración del tiempo de trabajo asalariado mediante la fórmula del apoyo mutuo (limpia la casa del compa, hazle la compra al compa, cuida de los críos del compa, etc.) razonada a partir de la crítica de la economía política y el anticapacitismo, y trabajando una ética relacional no optativa de fundamento materialista que haga la organización habitable, en vez de ser un factor más de estrés para el sujeto proletarizado;

  2. no normativizante, que no jerarquice a las personas en su organigrama en función de los modelos y convenciones sociales, subordinando a gente como Zakaria por puntuar bajo en la escala de lo normal (sin estudios, sin trabajo) y que tampoco le penalice o chantajee por ello;

  3. no sexista, para que el salafismo no se cuele y las mujeres del entorno de Zakaria se puedan sumar, empezando por enseñarle corresponsabilidad en el hogar para liberar tiempo de trabajo materno, o para que Zakaria encuentre en el sindicato un punto de apoyo para salir del armario si tal es su necesidad, la de desnormativizarse, porque un lugar de aceptación tal y como somos, sin máscaras, es un sello de calidad en liberación social, siempre que ese deseo no sobrepase la línea roja, dominar y explotar, y también porque esa represión, aún autoimpuesta, puede cortocircuitar la economía libidinal de una organización al buscar sobrecompensarse de un modo político, es decir, como no puedo realizarme en el sexo, me convierto en un impenitente estajanovista o un tiranillo doméstico, normativizador de los otros y de mí mismo, porque en algún lugar tengo que poner la energía excedente;

  4. independiente de clase, que haga de la clase su propio eje de referencia y así no oscile conforme a los mensajes (chantajes) gubernamentales de izquierda, ni a ideologías PYME, que romantizan a los explotadores de barrio, lubrican los sueños aspiracionales de clase media (el Quinceeme ha sido un ascensor moderado para muchos líderes en todas las escalas) y canonizan los relatitos de superación personal en una clave que suena cada vez más calvinista y meritócrata;

  5. no maximalista, es decir, que ayude a explorar a Zakaria su potencia política desde los lugares sociales que ya ocupa independientemente de su valor estratégico y acompañe el desarrollo de esas destrezas como si fuera la tarea más elevada.
    "Explorar su potencia política" no es ponerle a repartir panfletos ni a servir copas en la feria o el centro social, tampoco que venda lotería o chapas de mierda a sus vecinos, ni mandarle a hacer bulto en concentraciones en nombre de la organización, sino el diseño de estrategias personalizadas de alcance colectivo tras una profunda, lenta, respetuosa, procesual, a veces dolorosa, no glamourosa, sin apriorismos radiografía de las tensiones (contradicciones) que le atraviesan como sujeto social. Hay mucha diferencia entre los procesos de subjetivización derivados de un modelo u otro de compromiso; el del "agente secreto del partido en misión especial" predispone a un sentido plomizo de la trascendencia, con lo que el deseo decae cuando las expectativas caen, mientras que el que compromete al sujeto con sus contradicciones le da consistencia a largo plazo y un carácter más humilde. A bote pronto, se me ocurre que Zakaria daría un juego político más provechoso trabajando la vulnerabilidad de su hermanito y extrapolando las claves de esa experiencia al sindicato, con la orientación de compas que sepan trabajar esa intimidad. O conectando en reivindicaciones compartidas o prácticas comunales las desesperanzas de su megabloque de viviendas puerta por puerta, ese hormiguero del que vemos la fachada y el vestíbulo en la secuencia inicial de la cabeza de cerdo y que presupongo una identidad territorial por sí sola. O, si le interesara el Islam, que no parece el caso, podría encontrarse en algún espacio de diálogo interreligioso con jóvenes obreros cristianos para una revisión no reaccionaria de la vida desde lecturas teológicas (filosóficas, éticas), lo que le sacaría de sus referencias endógenas barriales para vincularle con el conjunto de la clase y le ayudaría a regular subjetivamente el capital social (contactos, prestigio) adquirido en las otras tareas.

    Para todo esto necesitaría de una línea general, un plan al que conectarse, para que no sea como un gato peleando panza arriba, e instituciones de acompañamiento entre iguales que cumplan mínimo estos cinco parámetros. Es más difícil de lo que parece, porque la ideología empresaria que los corrompe pesa mucho y está naturalizada en la izquierda. En la película lo vemos en Hassan, el líder salafista: su poder político está ligado ¡¡a su poder de contratación!! Tiene a toda la juventud salafista trabajando para su pequeño negocio, con lo que el lugar del empresario se solapa con el lugar del político. Pasa a menudo en nuestras filas y a falta de un #metoo rojo a pocos les alarma. Eso no es independencia de clase. Zakaria no necesita a Hassan para nada. Esta movida en la que Hassan le mete anteponiendo el proyecto panárabe (foco regional descolonizado de acumulación de capital) al proyecto de clase (emancipación internacional del trabajo con estrategias cualesquiera) termina por centrifugarle. Hassan no desarrolla la potencia política de Zakaria desde la vulnerabilidad de su condición, sino desde su ambición personal, que es la de asemejarse a un jeque (afinidad empresarial), que el jeque salve la dignidad nacional de los árabes y rumiaciones del estilo. No hay diferencia lógica entre este empresario y los que le dicen a Zakaria que su papel es abultar como un cuerpo muerto la unidad de las izquierdas para frenar a la derecha, a lo más montar asociaciones y colectivos muleta de las políticas de los héroes que están en primera línea (donde el jeque, la aristocracia militante o el cargo público de izquierda, que con su sacrificio nos redime a todos). Mientras escribo estas líneas, es fácil ver a Zakaria en mi tierra: los estallidos prepospandemia de una juventud empobrecida (Linares, Hasél), con el Quinceeme agotado y olvidado (sus direcciones clasemedianas, su vía pacífica).

    En el ecuador de la película hay un relevo en el protagonismo que no se ve venir, hacia Ali, gracias al que se despliegan ideas verdaderamente fuertes. Hago un comentario superficial de varios destellos.

    En primer lugar, se hace ver que el Movimiento Nacional e Hijos de Dinamarca son organizaciones separadas que se reparten las tareas. HD es como las SA para Hitler, o el falangismo para Franco; aborta con su violencia callejera cualquier oposición pacífica de masas. El MN, por el contrario, es ese populismo de derechas, ese catch-all-party, que reacomoda las ideas del fascismo de siempre estilizando su lenguaje y estética. HD existe para que el MN se presente como el recambio moderado. Lo dice el dirigente salafista (por momentos parece baasista) que recluta a Zakaria: «[Nordahl] era un don nadie en Hijos de Dinamarca y ahora... su partido [el Movimiento Nacional] se está convirtiendo en el principal de Dinamarca». En la película la relación HD/MN queda como ambigua. Y es que esta división del trabajo no tiene porqué ser premeditada, puede ser una carambola político-ideológica. Pero sucede. El KKK se vino arriba con la victoria de Trump, por ejemplo, no hacen falta conexiones orgánicas, un plan oculto. De afirmar la distancia y respetabilidad de estos frentes electorales se encargan los medios de comunicación masiva. En España la prensa y la comedia han blanqueado mucho a Vox (una formación no fascista, de ultraderecha liberal, que ya gobernó sin ese nombre en 2000-2004, con el mismo marco de invasiones y atentados que relata esta película). La propia mujer de Ali se ríe de las ocurrencias de Nordahl en un programa de televisión. Ali no se ríe. Ali sabe.

    En segundo lugar, se muestra el carácter de clase del estado cuando la policía decide que la prioridad no es el fascismo local de clase alta, sino el extranjero que recluta a sus bases entre los obreros. Ese momento es de matrícula de honor. El grueso de atentados en Centroeuropa y países nórdicos no son hasta el día de hoy de wahabitas-salafistas, sino de supremacistas blancos, como el de Utoya. Sin embargo, cuando oímos hablar de seguridad ciudadana, nunca escuchamos otra cosa que no sea salafismo. Eso es porque al estado no le incomoda tanto la ultraderecha doméstica.

    En tercer lugar, deja una advertencia para la militancia. La seguridad no es un problema individual, sino colectivo. La seguridad de cada uno de nosotros compromete al resto. No hay más que pensar en el efecto dominó de una redada. Ali tarda demasiado en comprenderlo. A diferencia de otros tiempos, no nos tiene que dar miedo la policía, sino los fascistas. Son tipos peligrosos, muy motivados, que no reivindican sus atentados, incluso los planean para que no se pueda saber que han sido ellos, como en el caso de la película "En la sombra", porque su objetivo es aterrorizar de verdad, no promocionarse. Tienen mucho más claro que la izquierda que el objetivo no es agitar banderas, sino reprogramar la sociedad.

    En la militancia sigue instalada la ética superheroica y se ha potenciado el individualismo de red (ej: PI duplica en redes los seguidores de su partido, pero esto se da a cualquier escala, en la más básica), lo que perjudica la idea de que es el partido, la acción organizada, el que propicia cambios duraderos. Como en el resto de esferas de la vida, en esto también somos ya empresarios de nosotros mismos. En las primeras primarias de Podemos vimos a decenas de miles de personas entregar su CV activista como si fuera un CV laboral. Estaban adornados, exagerados hasta el bochorno; cada uno era un arte de make-up digital para diferenciarse de los demás aspirantes. Esto hace muy difícil que la propia militancia dé su consentimiento a formas de disciplina colectiva, porque en tanto esta nos pone a todos bajo el principio de la planificación estratégica obstaculiza el juego de venderte como sujeto único, original, con un relato que nos separe de los demás. El mismo principio se incrusta en nuestra concepción de la autodefensa. El sujeto carga sobre sus espaldas la responsabilidad de su seguridad personal. Por eso huye a un chalé en Madagascar, sin que nadie le ofrezca una alternativa realista, o subestima las amenazas en forocoches de la horda incel, sin que nadie le convenza de que es una temeridad. Hasta que un día entran en nuestra casa, nos rocían la cara con ácido y acribillan a nuestro hijo. Tampoco pasará nada: añadiremos carita triste al estado de red y un héroe al panteón, para que otros militantes tengan un dios al que sacrificarse nuevamente y un tonto nerudo material para un rap. De mayor quiero morir de un tiro en la frente, es... es tan alentador. Establecer protocolos colectivos, acompañar, montar un dispositivo de seguridad orgánico sería colectivismo, comunitarismo, corporativismo, un insano gregarismo. Que es, como morir de aburrimiento en el metro de Moscú, mucho peor que ceder la libertad de sentir nuestra piel derretirse al contacto con el químico.

Ficha técnica


Reparto:


Premios:

    2019: Festival de Rotterdam: Selección oficial largometrajes a concurso.

Idioma original: Danés, árabe.





Secuencias






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Begoña Piña, en "La invasión de la ultraderecha, en Europa suenan las alarmas", en Público, el 1 de mayo de 2020, escribió:[...] El cineasta Ulaa Salim, danés de origen iraquí, revela en su ópera prima "Hijos de la ultraderecha" ese futuro que podría, o no, estar la vuelta de la esquina y en el que las palabras de odio se han convertido en hechos.

[...] Cuando presentó el primer tratamiento del guion hace poco más de seis años, los lectores profesionales no lo pensaron demasiado y su veredicto fue: "Es exagerado". Dos años después, la recepción a su historia, cuando Salim desarrollaba el relato en la Escuela Nacional de Cine de Dinamarca, había cambiado. Le decían: "Es creíble, algo así podría llegar a ocurrir en el futuro". "Ahora, cuando finalmente he rodado la película, he llegado a escuchar que es demasiado realista", reconoce el director.

Con imágenes de archivo filmadas en Europa y Oriente Medio en los últimos años, y algunas ideas nacidas en un programa de televisión danés muy popular, Ulaa Salim envuelve su historia para demostrar que "cuando ocurre una tragedia, esta puede influir en toda la sociedad y puede convertirnos en monstruos dependiendo de las experiencias previas que hayamos vivido". [...]

Leila Nachawati, en "Dinamarca, primer país europeo que quiere expulsar a refugiados sirios", en El Diario.es, el 13 de abril de 2021, escribió:Julio de 1951. Dinamarca se convierte en el primer país en firmar la Convención de las Naciones Unidas sobre el Estatuto de los Refugiados, que establece los derechos de las personas refugiadas y las obligaciones de los estados en su protección.

Marzo de 2021. El Ministro de Inmigración danés, pese a las críticas de la Unión Europea, anuncia su decisión de retirar el permiso de residencia a personas refugiadas procedentes de Siria. Alega que el país, concretamente las zonas controladas por el régimen sirio, son ya "un lugar seguro". Es el primer país europeo en dar este paso, criticado por la Unión Europea y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

La decisión, un paso más en una serie de medidas anti-inmigración que el gobierno danés lleva meses desarrollando, ha supuesto un shock entre las personas afectadas, la mayoría llegadas a Dinamarca hace más de cinco años, donde han construido una nueva vida tras huir de Siria, devastada tras más de diez años de las protestas que sacudieron el país en 2011. Personas como Aya Abu Daher, una joven siria de 19 años recientemente graduada de secundaria a la que sus profesores describen como "estudiante brillante" que asegura no guardar apenas recuerdos de Siria, de donde llegó siendo una niña.

"¿Qué he hecho mal? ¿Pretenden enviarnos allí a ver si nos matan o no? ¿Somos un experimento?", pregunta Aya durante una entrevista en el canal danés TV2 News, tras recibir la notificación en la que se le retira el permiso de residencia.

Aunque la cifra de personas sirias afincadas en Dinamarca es de alrededor de 35.000, el Gobierno danés está analizando los expedientes de, por el momento, cerca de 500 personas procedentes de la capital, Damasco, y sus alrededores, zonas que el gobierno danés ha determinado suficientemente seguras como para permitir el regreso. De esas 500, un total de 94 han recibido este mes la notificación de retirada del permiso de residencia, mientras el resto se encuentra en período de revisión de sus casos.

"En teoría, estas personas no serán deportadas contra su voluntad", explica Rune Friberg Lyme, responsable de proyectos de Oriente Medio y norte de África de la organización danesa International Media Support, que trabaja en capacitar a medios independientes en contextos de conflicto, "sino que serán trasladadas a centros de retorno como el de Kærshovedgård, donde se les retirará el permiso de trabajo, escolarización y el resto de derechos adquiridos en Dinamarca". El objetivo, según Friberg Lyme, es "dejarlos en una situación tan precaria que terminen prefiriendo regresar a Damasco. Es realmente terrible".

"Prefiero morir en Dinamarca que regresar a Siria", confiesa Simaf, una adolescente kurda de 14 años, en uno de los testimonios que periodistas y defensores de derechos humanos como Alysia Alexandra están recogiendo, traduciendo y difundiendo para alertar de lo que supone esta medida en personas, muchas de ellas muy jóvenes, con un fuerte grado de arraigo en su país de acogida. Simaf, que llegó a Dinamarca con ocho años y vive con su madre, abuela y hermano pequeño, afirma que su familia y su futuro están en Dinamarca. "No tengo nada a lo que regresar en Siria".

La familia Bertawi tampoco tienen un lugar al que regresar: "Nos espera una muerte segura", dice Redwan, esposo de Samira y padre un niño y dos niñas. Residente en Dinamarca, donde trabaja desde hace años como conductor de camiones. Su esposa está implicada en trabajos comunitarios y sus hijos se han formado en el sistema educativo danés. "Volver a Siria significa volver a la dictadura, la tortura y a la muerte", señala Redwan.


Un cambio en la concepción de "seguridad" y "estabilidad"

La decisión es una más en la larga lista de medidas anti-inmigración con las que llegó al poder una coalición socialdemócrata caracterizada como "de izquierdas en lo económico y de ultraderecha en inmigración". El objetivo declarado del gobierno danés es alcanzar la cifra de "cero solicitantes de asilo". Bajo este paraguas, se promueve un cambio en la concepción de "seguridad" y "estabilidad" que no tiene en cuenta las represalias a las que se enfrentan quienes regresan a contextos tan represivos como los de las zonas sirias controladas por Asad, donde continúan cometiéndose violaciones de derechos humanos contra opositores y disidentes.

Según la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre la República Árabe Siria en su último informe, las "fuerzas del régimen de Asad han detenido de forma arbitraria, torturado y llevado a cabo ejecuciones sumarias de personas bajo su custodia, cometiendo tanto crímenes de guerra como crímenes de lesa humanidad". El informe señala también la violación sistemática a hombres y mujeres detenidos. El hecho de que los responsables de crímenes como los denunciados en el archivo César continúen en el poder implica ausencia de garantías de seguridad y estabilidad contra quienes hayan huido precisamente de esa represión.

"Si se empieza a extender la idea de que Siria es segura, ¿qué impide a otros países europeos retirar permisos a refugiados sirios o rechazar a nuevos solicitantes?", plantea Friberg Lyme, sobre el peligro de que la decisión siente un precedente en el contexto europeo.

La Unión Europea ha criticado la medida. Según el Comisario de Gestión de Crisis de la UE Janez Lenarčič, "Dinamarca no debería forzar a nadie a regresar a Siria en este momento. Lo estamos analizando y hablaremos con los que piensan que ha llegado el momento de los retornos porque estos deberían ser voluntarios, seguros, dignos y sostenibles. Y las condiciones para esos retornos no existen todavía en Siria".

El racismo institucional produce el "yihadismo"

    Esta que copio aquí es la historia de un afgano occidentalizado que migró a Bélgica en los 80. No le reconocieron los estudios, no pudo trabajar en nada relacionado y al pasar de los años tampoco le concedieron un permiso de residencia estable. Resentido, sólo encontró aceptación en comunidades islámicas fascistizadas en Bruselas y terminó siendo un arma de Osama Bin Laden para acabar con el León de Panjshir, un importante opositor antitalibán (y anticomunista).

    El mejor combustible del salafismo-wahabismo es rechazar y maltratar a la migración, que existe porque las potencias europeas provocaron un desabarajuste que empezó con el colonialismo y dura hasta nuestros días.

Gabriela Cañas: "«Mi marido mató a Masud»", en El País, el 26 de mayo de 2002, escribió:Cuando Abdesatar Dahmane llegó a Bruselas procedente de Túnez vestía pantalones vaqueros, llevaba el pelo corto y disfrutaba del reggae y la cerveza belga. Catorce años más tarde, Dahmane lucía una larga barba, vestía al estilo talibán y partía en importante misión hacia Afganistán. Allí, haciéndose pasar por periodista, lograba acceder y matar al líder guerrillero opositor al régimen talibán Ahmed Masud. Era el 9 de septiembre de 2001, dos días antes de los atentados contra el Pentágono y las torres gemelas.

- No comprendo, ¿por qué estás en peligro?

- Mi marido ha matado a Masud. Los militares americanos y los hombres de la Alianza del Norte me están persiguiendo.

Este diálogo es uno de los muchos que jalonan el libro de una periodista belga, Marie-Rose Armesto, que durante meses ha tenido acceso exclusivo y directo a Malika, la esposa de Dahmane. A través de su testimonio y la investigación de la propia Armesto, el libro, titulado Su marido mató a Masud (ediciones Balland) trata de desentrañar el misterio de cómo un inmigrante aparentemente dispuesto a integrarse en el mundo occidental se radicaliza hasta el extremo de convertirse en un terrorista suicida, un mártir de la causa que lidera el multimillonario saudí Osama Bin Laden.

La historia de Malika es similar a la de su marido Dahmane. Tras haber llegado con su familia a Bruselas desde Marruecos cuando sólo tenía cinco años, Malika era hace 10 años una mujer de gustos occidentales y nacionalidad belga que a duras penas hablaba el árabe. Ahora cubre su cabeza y prácticamente todo su rostro con un pañuelo y organiza los grupos de mujeres en el Centro Islámico de Bruselas. Vive en la capital de Europa apartada de su familia, pero rodeada de sus nuevos hermanos y hermanas en el islam, que la apoyan y la entienden. Sus largas, inquietantes y contradictorias conversaciones con Marie-Rose Armesto son lo único que aparentemente la mantienen aún en contacto con el mundo occidental que ahora tanto odia.

La policía belga sigue su pista, pero no tiene pruebas contra ella. Malika, que conoce bien las leyes belgas, asegura que desconocía los planes de su marido para matar a Masud y el hecho de que meses antes del atentado llevara en su maleta hasta Afganistán un par de voltímetros (con los que se pueden fabricar bombas) no es prueba suficiente como para inculparla.

Abdesatar Dahmane quiso vivir y trabajar en Bélgica. Cuando llegó a Bruselas en 1987, con 25 años, intentó convalidar sus estudios de Periodismo en la Universidad Católica de Lovaina, pero lo cierto es que a partir de ahí, fue de fracaso en fracaso, Dahmane no consigue nunca ni un trabajo como periodista o como profesor (era su sueño) ni un permiso de estancia que regularice definitivamente su situación. Para salir adelante da clases de árabe en centros islámicos.

'No creo que en aquellos años sus actividades fueran una tapadera', dice Armesto. 'Pero Bélgica le fue cerrando todas las puertas; una detrás de otra. Y, de repente, se le abre la puerta del islam. Seguramente, sus nuevos amigos, algunos de ellos inculpados ahora en actividades terroristas, le ayudaban económicamente y le decían que hay otro país donde desarrollar todas las capacidades de un creyentes islámico: Afganistán. Fue aquí, en Bélgica, donde se radicalizó como todos los demás, como Adel Terbouski, el hombre que les facilitaba los billetes de avión para ir a Afganistán, o Nizar Trabelsi, el ex futbolista'.

El viaje sin retorno comienza para Abdessattar Dahmane a mediados de 2000. Su esposa Malika se queda en Bruselas, aunque consciente de que su marido ha partido en misión importante para el islam y de que sólo tiene que reclamarla para abandonar la capital de Europa. Así sucede en enero de 2001, fecha crucial en la que Malika, tras recorrer decenas de kilómetros bajo un burka, se reúne por fin con su marido en Jalalabab.

El desenlace es conocido. Dahmane, tras presuntos meses de entrenamiento en los campos talibanes, se rasura la barba y recupera su aspecto occidental. Se hace pasar por periodista y pide una entrevista con Masud. Finalmente, el 31 de agosto de 2001, es autorizado junto a su cómplice, Rachid Bouraoui, apodado Soheil, también de origen tunecino e inmigrante clandestino en Bélgica, a subir a un helicóptero que le llevará hasta el norte del país, donde se esconde el comandante que luchó contra los soviéticos y entonces resistía a los talibanes. Tras una larga espera, por fin, el domingo 9 de septiembre son recibidos por Masud. Nada más iniciarse la entrevista, Soheil hace estallar los explosivos que porta alrededor de su cintura. Él y el león del Panshir mueren casi instantáneamente. Dahmane sale ileso e intenta escapar antes de ser abatido por los guardianes de Masud.

Malika, 42 años, convertida desde entonces en la viuda de un mártir, ha contado con el inestimable apoyo de sus hermanos y hermanas. La ayudaron a huir de Afganistán tras la derrota de los talibanes y ahora vive con el salario de inserción social en Molenbeek, un barrio de Bruselas con una gran proporción de musulmanes, donde a veces la policía se niega a entrar a auxiliar a ciudadanos en apuros.


Confesiones en la mutua desconfianza

Malika recurrió a Marie-Rose Armesto en diciembre de 2001, cuando ella había logrado huir de Afganistán y, desde Pakistán, intentaba volver a Bruselas. Creía que el menor de los riesgos que corría era el de terminar en una cárcel belga. Sin embargo, la legislación de Bélgica permite a Malika seguir viviendo en libertad e, incluso, a través de Armesto, contar sus medias verdades. Ella cree que tales confidencias le aportan cierta seguridad y ha elegido a Armesto porque cree que sus reportajes muestran cierta sensibilidad hacia el mundo musulmán. Marie-Rose Armesto, de 42 años y de origen español, es reportera en la televisión privada RTL-TV y la relación establecida con Malika le ha quitado el sueño. Sus largos encuentros han generado entre ambas tanta simpatía como incomprensión y desconfianza mutua. Finalmente, Malika, tras la emisión en febrero pasado, de un reportaje sobre Abdesatar, rehúsa volver a encontrarse con la periodista, aunque han hablado alguna vez por teléfono. La periodista cree que Malika es una víctima, aunque consentidora, de las redes fundamentalistas islámicas que actúan en Europa captando a los más frágiles para sus acciones terroristas. Pero insiste: "Algo hacemos mal en Europa para que esta radicalización ocurra justamente aquí". Según el semanario Le Vif/L'Express, la demanda de regularización de Dahmane fue rechazada en Bruselas el 15 de noviembre de 2001. Para entonces, Dahmane ya no vivía en Bélgica; ni siquiera estaba vivo.


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